La game jam de la Diada de Sant Jordi.
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Para ayudar a pensar el tema de la game jam, os dejamos aquí escrita una de las muchas versiones que se pueden explicar de la leyenda de Sant Jordi, la princesa y el dragón, que os animamos a reinterpretar y resignificar tanto como queráis.
Hace mucho tiempo, entre sierras y colinas, había una villa (¡algunos dicen que era Montblanc!) en la que sus habitantes vivían atemorizados por un dragón que se alimentaba del ganado y envenenaba a aquellos que se acercaran con su aliento fétido.
Los aldeanos vivían confinados tras las murallas y no osaban alejarse del pueblo, mientras entregaban los animales al monstruo para saciarlo y que no se enfureciera. Pero un día, el dragón engulló el último animal que le podían ofrecer y los habitantes del pueblo pactaron hacer un sorteo diario para escoger a la persona que sería devorada para calmar a la fiera.
Para desgracia de la joven, la primera escogida fue la princesa, y así fue como la doncella, comprometida con el pacto que habían realizado, aceptó su destino. El rey, desconsolado por la suerte de su hija, convocó de urgencia a todos aquellos que pudieran dar muerte al monstruo, en un último intento de salvar a la princesa.
Al amanecer, la joven atravesó la frontera del pueblo para dirigirse a la cueva, donde sabía que la esperaba una muerte segura. Pero cuando se acercaba a la guarida del dragón, apareció de repente un caballo blanco al galope y montado, un caballero de armadura reluciente. La princesa intentó hacer entrar en razón al hombre y convencerlo de que no se enfrentara a la bestia, pero él estaba decidido a intentarlo a pesar del peligro.
Así se dirigió hacia el escondite, del que salió un dragón furioso que sacaba fuego y humo por las fauces, y se abalanzó sobre él. En medio del combate encarnizado, el caballero le hundió la lanza de una estocada directa al corazón, y el dragón cayó desplomado al suelo de un golpe seco. De la herida del pecho del monstruo abatido, empezó a brotar un chorro de sangre que, al llegar al suelo, hizo nacer un rosal. De la sangre derramada salieron rosas de un rojo profundo y el caballero recogió la más hermosa y la obsequió a la princesa.
La joven, que había quedado atónita con el giro que había dado su destino, intentó hablar con el extraño que había dado muerte al dragón, pero el hombre, que había cumplido su deber, le dijo que debía partir. Y así, del mismo modo que había aparecido, marchó por el camino por el que había llegado, y la princesa volvió sana y salva a su pueblo, donde los aldeanos la recibieron con gritos de alegría y júbilo al saber que habían sido liberados de la maldición del dragón.
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